[…] Estas esculturas, de filiación arquitectónica al igual que otros trabajos anteriores de la artista, rompen la regularidad de sus volúmenes insinuados y abiertos para mostrar su intima calidad precaria, en lecturas que nos conducen mucho más allá del plano morfológico. Están hechas pensando en la medida del cuerpo humano, e invitan a penetrar del todo en ellas, a diferencia de otros recintos de Solano más herméticos, únicamente traspasables con la vista. En su materia férrea, horadada en el ritmo continuo e idéntico de la retícula, vienen a ser una suerte de prolongación figurada, de eco simbólico, de ese espacio primordial de carne y hueso que alberga el ánima de cada individuo: la extensión corpórea. Se funden al paisaje en el cual se encuentran como si se tratara de grandes objetos cuya piel está relacionada con ese territorio desde el principio, y no como presencias extrañas a él o procedentes de un medio ajeno al compás cotidiano del paraje. No invaden, no se imponen; muestran los efectos del transcurso igual que todo lo demás a su alrededor. Luz y aire entran en ellas por todos los lados animando sus entrañas, como la lluvia moja la tierra del suelo haciéndola crecer.
Una corta distancia media entre las dos construcciones. El acceso a la primera nos incita a adentrarnos en la segunda. Marcan una senda que, en el caso de Mirra, también se materializa por medio de un desplazamiento inferior de varias estructuras de celosía metálica. Hay similitud y diferencias entre los habitáculos, pero surgen de una misma idea y manifiestan su calidad complementaria.. Constituyen , a la postre, una sola obra. Una obra que actúa en buena parte de nuestros sentidos, que despierta fuerte carga sinestésica… […] siguiendo a Gaston Bachelard, "¿quién no ha soñado en la choza, quién no ha soñado, adentrándose aún más en las leyendas, en la cabaña del ermitaño?".

Aurora García, "Un trayecto en el sur",  publicado con motivo del catálogo de la Fundación NMAC Montenmedio, arte y naturaleza, Vejer de la Frontera 2001.